BIENVENIDOS

ME LLAMO PEDRO CONRADO CUDRIZ y Mis complacencias por la gratuidad del gesto que te permite acceder a mi blog. Bienvenido a mi mundo espiritual y a esta suerte de salvamento existencial, que es una extensión de mi alma vertida en libros, Cd, y opiniones periodísticas semanales.

sábado, 20 de marzo de 2010

MI MUJER


Mi mujer, y no sé si esté bien decir mi mujer, cuando con las alas que tiene está dispuestas a volar, salió para el trabajo, mientras los celos me aniquilaban irracionalmente. Me imaginé que tenía un amante en el cuarto que hacía de oficina. Para mí todas las oficinas son una especie de cuarto para derramar la intimidad. Y no sé si el amante es de verdad o es el producto de mi delirante imaginación. De cualquier manera, tiene un amante, así como las mujeres creen que sus maridos tienen amantes en las fábricas o en el lugar de trabajo. Yo estoy pagando la basura de lo que ahora llaman progreso o equidad de genero. Cuando mi mujer llega con cuatro copas de más me acuerdo de mi viejo y de la cantaleta de la vieja a la una de la mañana. Ese recuerdo me detiene y entonces, le pregunto si tiene hambre. “Comí en la oficina,” es su respuesta lacónica. Y a mí me gustaría saber con quién, pero mi orgullo de macho envuelve mi lengua, que es imposible soltar preguntas. Sobre todo interrogar por el tufo a alcohol de clase media en descomposición que trae entre la boca; uno piensa seriamente en hacer el amor con esos olores. Por la mañana se levanta como si nada, me mira a los ojos y pregunta por el jugo de naranjas. “No hay, hoy ellas mismas no permitieron que las arrancaran del árbol.” No me oye o se hace la sorda. “Prepárame una limonada, por favor, voy a llegar tarde,” me ordena, por respuesta. Reviso toda la historia de la humanidad, desde Eva, y concluyo que hago parte del observatorio protagónico de una nueva clase de mujer, con orejas y cabeza grande, casi braquicéfala, de mediana estatura y dispuesta a remedarnos hasta el cansancio porque no encontraron otro modelo mejor en el mundo. Ni Juana de Arco ni la misma Michelle Bachelet, la ex - presidenta de Chile, les conmovió los sesos, sólo un hombre mediocre salido de un mundo global pudo moverles el piso para pretender tener varios maridos, embriagarse como cualquier fulanito de esquina y pretender ahora convertirnos en sus sirvientes.

“Cualquier día de estos no vuelve,” me dijo un amigo con una sonrisita burlona. Dos lágrimas navegaron invisibles por mis mejillas. Respiré profundo y le dije algo ininteligible a mi interlocutor, quien se marchó más muerto del susto que de la risa.

LA SUMA



“Sólo falta que mi marido agarre sus maletas y se vaya para esos viajes sin regreso que según las estadísticas realizan los hombres ahora con mayor audacia. Las estadísticas no mienten y si mienten no pasa nada. El cuento es que ni mis hijos pueden llenar este vacío de mujer solitaria. No soy de esas mujeres que se casaron para llenar los huecos de la vida, todo lo contrario, me casé para dejar de volar. El caso es que soy una mujer bañada por las aguas de una soledad sin par. Mi marido tiene cinco amantes escondidas en su corazón de marinero incorregible, con él sólo cuento para contar los polvos y escucharlo hablar convencido de su potencia bonaerense, goleadora, cuento que le permito para no agraviarle su egolatría falsa de macho cabrío. Buena gente que soy yo. A veces las apariencias son mejores que la misma realidad. Y a mis hijos, bueno, los quiero mucho pero hasta ahí, porque hay una parte de mí que no puede llenar nadie, solo yo, que debo nadar aguas profundas para poder conocer los secretos azules de mi ser. Mis recuerdos llegan hasta la escuela de primaria, cuando apenas comenzaba a comprender la adición. El ejemplo clásico del 1+1=2 siempre me mató. Nunca pude comprender, y aún sigo sin entender, la sumatoria de estas soledades porque observar la soledad del 1 antes que tocara la puerta del otro 1, me mataba. Era una soledad activa porque nos llamaba la atención ver al 1 ahí solito, esperando no sé que amante, no sé que amor, o apreciarlo rebelde y diciéndole al mundo: “Aquí estoy yo solo y arbitrario.” El problema de ese 1 era encontrar otro 1 que le permitiera alcanzar la concordia y la justicia del trabajo en equipo. A mi profesora le era muy fácil colocar el otro 1 y sumar. Para mi mente de niña especial eso no era fácil porque la soledad del otro 1 tenía que ser casi compatible con mi 1, que buscaba acertar con todo los riesgos del vivir la igualdad basada en la diferencia de esos dos 1. Y ahí, mamita linda, la profesora no sabía nada de nada, ella sólo sabía de la mecánica de la suma. Si ella hubiera aplicado la magia del amor a la magia de la suma, otro gallo estuviera cantando. De esto me acuerdo hoy, cuando estoy a punto de hundirme en mí soledad y cuando todos los 1 del mundo necesitan conocer la magia de la adición para poder alborotar nuevamente el amor, y es que sin sumatorias es muy difícil cargar con esta soledad incurable de los seres humanos: el amor.” Detuve la grabación, le di las gracias a la mujer de ojos de mar y me marché a transcribir esto que usted acaba de leer. Adiós.

MI ABUELO


Mi abuelo no cabía en su desgracia antigua. Me dijo, o creo que me quiso decir algo así como que para que me quejo si yo mismo me he labrado el presente. Le pregunté qué le pasaba que lo veía tan depresivamente mal y me contestó sin amargura: “Nada hijo, sólo que terminé votando por los mismos de siempre.” Bonita canción le dije. Y comenzó a reírse así como se ríe la tía Miriam, medio viva y medio muerta y con dos lágrimas en las mejillas arrugadas por el tiempo (No supe si las lágrimas eran por la risa o por su amargura). Cuando dejó de reír me atreví a preguntarle por su dolor. “De qué dolor me hablas hijo, yo no estoy arrepentido de nada. Sólo que en algunas ocasiones la mente también se cansa y lanza ciertos ladridos.”

Había culminado otro proceso electoral más y el abuelo siempre se comportaba así, perdiera o ganará su glorioso partido liberal. “Siempre hemos perdido,” concluyó esa tarde, y luego como quien habla desde hace siglos consigo mismo: “Nunca seremos ganadores de nada, te lo digo yo que he vivido toda la vida.”

Eso que le pasaba al abuelo después de cada proceso electoral, nos ha pasado a muchos de otras formas. A mí por ejemplo, para estas épocas se me revuelven las tripas y entro en una crisis de odios y furias siniestras e imparables, que desaparecen una vez ocurren las elecciones; hoy, por ejemplo, la indignación se apoderó de mí como si alguien de mis entrañas se hubiera muerto.

El mal humor del abuelo en el resto del año, creo yo, se debía a la conciencia de perdedor de la que es difícil deshacerse; en muchas ocasiones lo vi hablando solo, peleando y luchando con su propia sombra, reclamándole a su destino de derrotado maldito. En esos instantes, le decía: deje de votar. “Imposible,” me repetía. “Una fuerza superior me arrastra al abismo. Soy consciente de que no obtengo nada y sin embargo, termino votando por los que nos hacen los goles.” Si había algo que me fascinaba del abuelo era su derrota sin excusas, sin argumentos. Todavía lo veo en el espejo de la vida, reflejando su figura de derrotado inclemente y todavía lo recuerdo cuando observo hoy a miles como él, vistiendo frac nuevo mientras se dirigen al matadero de los colombianos: las urnas.

domingo, 14 de marzo de 2010

LAS MEDIAS


Las mujeres son las que más les prestan atención a la armonía o a la sincronía del color del pantalón y las medias, son unas especialistas para el detalle, para observar lo que nadie más puede observar con el tono y el estilo femenino. Para las mujeres de oficina es imperdonable que alguien se coloque un par de medias de color café con un pantalón blanco. Para estas damas de la burocracia ociosa de las oficinas del estado y privadas, la desarmonía habla mal del hombre porque en el fondo denota desorden y un temperamento artificioso y de abandono. Yo mismo he sufrido en carne propia las atribulaciones de mis medias cuando las señalan con algo de indignidad, como si hubieran cometido el peor de los crímenes del mundo por ser del color que son; les digo, a mis medias, que ellas no se mandan y que simplemente obedecen las órdenes del amo. Las medias, cree uno acá, desde el fondo del pantalón, siempre pasan desapercibidas para el ojo humano preocupado por otras sustancias de la vida; sin embargo, para el ojo especialista de las mujeres de la moda y la convención, éstas son las primeras víctimas del desangre peregrino de las oficinistas. Tengo incluso, una compañera de trabajo que en toda ocasión que puede decirlo, lo revienta al viento: “Lo primero que le miro a los hombres, no es el palo, como ustedes se puedan imaginar. No, lo primero que le observo son los zapatos y las medias. Este solo hecho me habla de la clase de sujeto que es el portador.”

Los que hemos logrado convivir y sobrevivir en los entornos laborales, saturados de mujeres - les recuerdo que son más de 2.800 horas al año – hemos aprendido por la fuerza de la costumbre y el hábito del soporte estoico a reconocerles el discurso, que es casi como si adivináramos su manera de pensar. Yo he logrado desarrollar la hipótesis de que esto sólo les ocurre a las mujeres urbanas, que se creen más civilizadas y finas que el resto de las mujeres en la región.

Las medias son apenas las piezas para cubrir la desnudez de los pies cuando éstos salen a pasear por el mundo. Algunos seres perdidos y leves no han logrado comprender que la belleza es una sustancia integral de la vida, algo que va más allá de las simples apariencias ligeras de las circunstancias de la existencia. La belleza te toma de las manos para que termines perdonando y compadeciendo a los hombres que como yo les importa un rábano el color de la ropa porque de antemano nos hemos preocupado por la visión de los ojos del alma. ¡Ah¡ y otra cosa, el traje lo usamos sólo para disimular la herencia simia que nos avergüenza.

domingo, 7 de marzo de 2010

LA PELICULA


“La vida es una cinta, una película,” me comentaba el tipo, un sujeto interesante que esperaba en la esquina algo, mientras yo también esperaba a alguien. Ambos estábamos a la espera de algo como siempre. La vida de uno trascurre en el tiempo eterno de la espera. “El guión colombiano es infinito, circular. Todos los días veo los noticieros, busco la mejor poltrona de la casa y me imagino en una sala de cine. Es la mejor manera, sino fuera así, sería aburridor este ejercicio de escudriñar la realidad nacional a través de la ficción de la televisión. Esta cinta es muy buena porque es por capítulos y en todos ellos hay muertos y heridos, de cualquier bando, y con el aliciente de que los peores actores de la película, los políticos, se meten en unos líos, que al final terminan presos. Como ahora, no los vio. Hay más de dos docenas de ellos esperando sentencias. Este capítulo que no termina todavía es mejor que el “ocho mil.” Es como esa película de detectives, donde el suspenso, la intriga y la tensión matan al espectador. Uno intenta adelantarse al autor del guión y empieza a caer en su juego, porque empiezan las adivinanzas: este es el asesino, este otro no, aquel si, en fin, este es el cuidapalos de Alcapone, aquel el matón, etc. Y uno espera el final de la película para comprobar si su instinto cinematográfico funciona. Como en la cinta “La vida de David Gale,” (“The life of David Gale”) donde el autor del guión nos da un nocaut espectacular.” La espera del tipo del que les hablo, tenía rostro de desespero, apenas llevaba quince minutos y ya había desparecido de su boca cinco cigarrillos de marca extranjera. Alguien lo saludó, le dio la mano y le deseó un poco de suerte y al final, “Cuídate mucho.” En que guión del mundo, me pregunté yo, estábamos trabajando nosotros, quién o quiénes nos colaron ahí para llenar esta página y alquilar supuestamente un lector que no sé si logrará leer este texto. El tipo era un convencido de su truculencia y casi logró convencerme si no es porque la persona que esperaba, se presentó en el instante en el que el hombre amenazaba colarle banderillas a su faena.

LA NADA



No sé si soy un individuo o una persona, o ambas cantidades y calidades a la vez, o una cosa cuando me conviene u otra cuando no me conviene. De este enjambre de cosas y confusiones he llegado a un acuerdo conmigo mismo, no soy nada. Nada, que es como decir no existo. Bueno, creo que no porque la nada es diferente a lo inexistente. Lo que no existe no existe, por ejemplo Dios, que es metafísica pura; la nada en cambio, es una construcción filosófica de un problema de identidad serio. Cuando digo después de un serio debate íntimo y filosófico, que no soy nada, estoy diciendo algo así como que existo pero mis esfuerzos han sido inútiles para alcanzar algún resultado plausible y concreto como ser humano. Y usted que me conoce dirá: “existe en la materialidad de la carne, pero su existencia es irrelevante en el mundo del espíritu.” Decir que Dios existe es una locura de la fe humana, traspuesta o trasferida en una potencia volátil, un acto mágico en el cual el hombre pierde sustancia y el ente mágico gana poder. Surgir de la nada en cambio, plantea filosóficamente hablando, una revisión a fondo de las mil maneras como llevamos nuestras vidas, en este caso, la mía, que necesita de nuevas búsquedas y nuevos proyectos para alcanzar el límite que cruce los mojones fronterizos de la nada. La nada siempre ha sido un faro de todos los tiempos, arena movediza donde a nadie le gustaría acampar; sin embargo, es un campo de atracción donde las cruces de la muerte están sembradas en varias direcciones. Eso de que la nada es profunda, provocativa y practicante, no es un descubrimiento nuevo, siempre al hombre lo ha atraído esta belleza marina, esta duermevela. Y aquí estoy convencido de algo: la humanidad toda ha luchado toda la vida contra la crema de este helado apetitoso. “El progreso que hoy disfrutamos a media los latinoamericanos – recuerdo que me dijo en cierta ocasión Arquímedes Gasualdo, un filósofo del patio - es el producto de esta lucha tenaz. La nada gravitando entre nosotros como un polo de atracción poderosa entre lo bueno y lo inútil. Y esta lucha es infinita, se vuelve infinita en la medida en que la vida del hombre, la historia, es cíclica.” Y Arquímedes se calló para siempre. Desde esos tiempos de mi memoria no lo he vuelto a ver. ¿Se habrá muerto, convertido en el polvo de la nada, en el que al fin y al cabo nos convertiremos todos?

EL SEÑOR PRESIDENTE



Nadie puede dudar de la existencia del presidente ni mucho menos que este país no tiene presidente. Uno puede dudar de los ministros, de los soldados, menos del presidente de Colombia, que existe como una catedral absoluta. El decide todo, o intenta decidirlo todo, la lluvia, los barcos, los muertos, las derrotas de los demás y los triunfos del gobierno, los nacimientos, las encuestas, las dudas de los más pobres, el empleo, las compras y a quienes debemos de comprarles; el cautiverio de policías y los soldaditos de plomo de la patria, y hasta las ganancias de los más ricos. Los ministros y los altos empleados del gobierno se mueren de hastió y hasta han logrado desarrollar un instrumento para equilibrar el ocio en las oficinas gubernamentales. Uno por momentos duda de la existencia del gobierno, de las cortes, del congreso, de la justicia y hasta de los generales de la república. Este hombre lo puede todo, puede él solo con el gobierno y pudo con la campaña para su reelección. Los agentes del gobierno que uno logra captar esporádicamente en los noticieros de la televisión, no parecen funcionarios del gobierno, parecen vendedores de dulcen en las esquinas de las escuelas de la nación, a los que nadie les compra nada porque a nadie le importa lo que venden. “Le compramos al dueño de la fabrica,” escucha uno que dice la gente. El dueño de la fabrica está interesado en vender él solo los dulces, de tal manera que se ha vuelto mediático, omnipresente y papa Noel; mejor, un papá patriarcal de aquellos que uno creía no iban a resucitar jamás. Por eso sus ministros son invisibles, igual es invisible el resto de la manada, y nosotros. Solo existe él, nadie más. Le prevengo porque uno de estos días lo llamará a su casa para invitarlo y luego ordenarle votar por la patria; mejor dicho por él. Si está desprevenido no responda nada, respire profundo y luego deje pasar los segundos, déjelos que pasen a través del auricular del teléfono, hasta que se potencie su voz y le diga que no cree en su existencia, que él no existe en ese preciso instante. El silencio será enorme, pero no importa porque alguien se atrevió a desafiar su existencia absoluta, su dolor egolátrico y el desafío que representa su poder tártrico. No se preocupe, duerma como si nada hubiese pasado porque él seguirá derecho por donde vino: por la derecha.