BIENVENIDOS

ME LLAMO PEDRO CONRADO CUDRIZ y Mis complacencias por la gratuidad del gesto que te permite acceder a mi blog. Bienvenido a mi mundo espiritual y a esta suerte de salvamento existencial, que es una extensión de mi alma vertida en libros, Cd, y opiniones periodísticas semanales.

sábado, 24 de julio de 2010

LA PELICULA



“La vida es una cinta, una película,” me comentaba el tipo, un sujeto interesante que esperaba en la esquina algo, mientras yo también esperaba a alguien. Ambos estábamos a la espera de algo como ocurre siempre. La vida de uno trascurre en el tiempo eterno de la espera. “El guión colombiano, me dijo el sujeto, es infinito, circular. Todos los días veo los noticieros, busco la mejor poltrona de la casa y me imagino en una sala de cine. Es la mejor manera de ser un espectador de nuestro mundo, sino fuera así, sería aburridor este ejercicio de escudriñar la realidad nacional a través de la ficción de la televisión. Esta cinta es muy buena porque es por capítulos y en todos ellos hay muertos y heridos, de cualquier bando, y con el aliciente de que los peores actores de la película, los políticos, se meten en unos líos, que al final terminan en prisión. Como ahora, no los vio. Hay más de dos docenas de ellos esperando sentencias por parapolítica. Este capítulo que no termina todavía es mejor que el “ocho mil.” Es como esa película de detectives, donde el suspenso, la intriga y la tensión matan al espectador. Uno intenta adelantarse al autor del guión y empieza a caer en su juego, porque empiezan las adivinanzas: este es el asesino, este otro no, aquel si, en fin, este es el cuidapalos de Alcapone, aquel el matón, etc. Y uno espera el final de la película para comprobar si su instinto cinematográfico funciona. Como en la cinta “La vida de David Gale,” (“The life of David Gale”) donde el autor del guión nos da un nocaut espectacular.” La espera del tipo del que les hablo, tenía rostro de desespero, apenas llevaba quince minutos y ya había desparecido de su boca cinco cigarrillos de marca extranjera. Alguien lo saludó, le dio la mano y le deseó un poco de suerte y al final, “Cuídate mucho.” En que guión del mundo, me pregunto yo, quién o quiénes me colocaron ahí para llenar esta página y alquilar supuestamente un lector que no sé si logrará leer este texto. El tipo era un convencido de su truculencia y casi logró convencerme con sus argumentos, si no es porque la persona que esperaba, se presentó en el instante en el que el hombre amenazaba colarle banderillas a su faena. Con sonrisa de literato, sólo alcanzó a decir adiós. “Adiós,” le dije.

EL MUERTO



Los pasajeros lo vieron e inmediatamente se levantaron de sus asientos, mientras el conductor del autobús disminuía la velocidad. Le observaron la cara al nuevo muerto, que yacía tendido a la orilla de la vía como si alguien lo hubiera hecho a propósito (“ayúdame, cojéelo por las piernas, mientras yo lo tomo por las manos”). Tenía el rostro de muerto reciente como si viniera de alguna fiesta. Los ojos y el rostro de los pasajeros, que a esa hora de la mañana viajaban conmigo, eran de estupor, algunos, otros, de angustia, otros de profunda tristezas y una minoría, de indiferencia (“al fin y al cabo casi todos los días, observamos varios cadáveres en la vía.”)

- “Un tiro en la nuca,” se escuchó la voz de alguien, que fue difícil de identificar.
- “De alguna vaina se tiene que morir uno,” se escuchó otra voz irónica.
- “Ay señor - la voz era de una mujer bien parecida y vestida de la más rancia normalidad del mundo – no diga eso, que no es así.”

El conductor aceleró la máquina de hierro que nos transportaba y en menos de unos minutos esta escena macabra de la existencia desapareció para ser reemplazada por otra imagen invisible para cada uno de nosotros. Seguro, pensé yo, que cada quien se esfuerza por desalojar este dolor cotidiano, que no logra atravesar la epidermis del mar endurecido de la insensibilidad personal.

La señora vestida de traje callejero, Rita, me dijo que se llamaba, aprovechó una estación del autobús para colocarse en el mismo asiento que ocupaba yo.

- “Señor, pobrecita la esposa cuando se entere de este in suceso. La muerte de un ser querido se parece mucho a la perdida de una pieza dental.”

No sé que quiso decir esta señora, pero resultó de un corte de humor especial que tuve que hacer un esfuerzo mayúsculo para no reírme de mi mismo. La señora siguió hablando:

- “Le vio la cara al muerto, no quería morirse, muy distinta al rostro de otros muertos que tienen una cara de felicidad porque les llegó la hora de la muerte. Este incluso después de muerto, se resistió a la muerte. Creo que lo asesinaron por equivocación. Pobrecito.”

Se presentó, de pronto, un silencio entre los dos, como de dos cuchillos peligrosos, que la soledad terminó invadiendo al resto del mundo. Yo estaba asombrado con la señora que seguía desde su cabeza con la conversación. Fueron ráfagas de segundos, menos de un minuto, lo suficiente para que la señora se recargará de energías y angustia:

- “Y los hijos, señor, y los hijos…”

Pero no hubo tiempo para más nada. Ya habíamos llegado a la ciudad y me bajé del autobús preocupado porque había perdido la dirección de mi destino.

jueves, 15 de julio de 2010

Poesía





Palabras de amor

Sé que el olvido no existe
Si acaso tú,
Prescriptiva, ausente.
El olvido no es el silencio,
Son las palabras de amor
Que nunca pronunciamos.
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El amor
Abre sus pétalos a pesar de nuestro silencio.
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Asesinato

Sí, lo sé,
Ya no te llamo
Ni te escribo palabras de amor,
Quiero asesinarte con balas de olvido.
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La sombra del árbol:
Viejo paragua para la calma
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Ser árbol y sombra,
Camino de cielo abierto.
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El agua que viaja en el barro,
Busca las venas de la sed.
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Viajar entre las alas del viento,
Me acerca no sólo a ti,
También a la vieja piel del árbol.
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El amor sólo está en el patio de tu mar interior.
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Todo es aire, oxigeno, agua, fuego y olvido.
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Tiro en la nuca

Como pájaro azul que irrumpe en la soledad del cielo,
La muerte se esconde en tus besos.

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Entre tu alma y la mía el grito del cielo
Se escucha en todo mi cuerpo.
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Basta que el amor no exista,
Para que crezca un árbol en tu corazón.
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La hormiga

No es casi nada,
Pero lo es todo:
El asombro de dios.
Sin embargo,
Sus movimientos,
Su apego a la vida,
Su afán del camino
Y sus ojos,
son los espejos del poema.
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La imagen es hermosa,
La luna iluminada,
Esplendorosa,
Y el ave atravesándola.
No falta nada.
Solo el crítico, fingiendo que duerme.
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No es mío,
Pero tampoco es tuyo,
Es de los dos,
Y es el primer pensamiento
Y el primer rostro
En la primera espabilada de la mañana.
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El hambre es el martillo
Que martiriza el cuerpo,
Pero el poema
En su locura de mundo
Olvida muy pronto la tortura
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El relincho del caballo
En el límite de la noche
Me lleva de regreso a la infancia
E invade mis fantasmas,
Ocultos en la telaraña de los recuerdos,
Que emergen en la figura del miedo
Y en las rondas de la abuela Juana.
Entonces sé
Que el jinete sin cabeza viene sin remedio por mí.
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Creemos que es la vida,
Pero es la muerte
La que le da sentido al aleteo podrido del vivir,
O a este afán doloroso de nadar sin agua.
¿Ya observaron cuánta multitud acompaña al difunto?
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Dios se equivocó de nombre
O de espejo.
Es lo mismo.
El olvido
Dio lugar a los reemplazos.
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Mi locura
Amarte cualquier día
Y a toda hora
Y un rato
Mientras el mundo descansa de esta y otra guerra.
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El poeta intenta
Ocupar un lugar
Encima del más bravo corcel,
Nadie sabe
La suerte que corre el poema en la carrera.
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Espiritualidad

Perderme dulcemente
En tus pirineos,
Olvidar mi destino
Y quedarme para siempre en tus piernas.
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Basta con nombrar el infinito
Para saber
Que mis pies
Están cada día
Más cerca de mi cuerpo.
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Metamorfosis


La gota cae y el vacío observa el movimiento, o el espacio mudo que respira, mientras abajo la superficie, entre la prisa del agua que se precipita y la línea que espera, sin desesperarse, abre sus fauces de medio día para el regreso de la tranquilidad del mundo invisible.
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jueves, 8 de julio de 2010

Mi padre, es un estúpido




“Uno termina siendo igual de estúpido que su padre,” y me lo dijo con tanta seriedad que por poco no le creo.

- Y se lo dije: “No te creo.”
- Y acaso es necesario mentir para decir la verdad.

Lo miré otra vez, su andar y sus cuatro esquinas, eran igual que las de su padre. El tema no era la genética, la biología, los ojos verdes, sino la herencia cultural, el tic nervioso, el grito, las groserías, el machismo, la violencia. Todo se cuela por el vivir, por la sustancia de andar juntos.

- ¿Y quién te dijo que la estupidez es un destino?
- Nadie. Yo lo sé, fue lo que respondió.
- ¿Qué sabes?
- Que uno no tiene más remedio que aprender lo que tiene que aprender
- ¿Me estás hablando de destino?
- Tal vez

En aquel instante recordé a una amiga con la que había conversado cierto tiempo atrás, Silvia Hay, quien tenía claro estas cosas. Los padres son un reto porque los seleccionamos por sus debilidades, así que se acabaron las excusas y viva el parricidio cultural. La estupidez y la bobería social, forman parte de esa suma de comportamientos de masas que en algún momento de la existencia nos robaron la autenticidad del vivir y nos transformaron en sujetos tontos, resentidos, peleoneros, drogadictos, alcohólicos, reactivos sexuales, amargados… Todo esto se aprende por reacción o por adaptación, para no enloquecer, para querer parecernos a alguien, o a ellos, que tontería.

Carlos me observaba de reojo; su posición oblicua cruzaba sus ojos con cierta dificultad. Cambié de posición para recomponer los conceptos y le dije que el destino es una ecuación descifrable para los matemáticos; es un juego, así como me dijo mi Amigo Rafa carrillo, sólo tienes que conocer las reglas del juego, pero no es un misterio. Si mueves la ficha equivocada, te congelas un rato en un tiempo histórico y si por el contrario, aciertas, ganas. El destino no existe, porque el destino eres tú. Si uno quiere puede desbaratar todo el cuadro de costumbre de la casa y hacer su destino. Uno puede acabar con la estupidez de papá.

- ¿Tú crees que eso es fácil?
- ¿Y quién te ha dicho que beberse un vaso de agua es fácil?

Carlos se sorprendió y arreció su ataque:

- Carajo, ¿pero qué te has creído, que soy el Che?
- Las revoluciones más importantes son las que ocurren en la familia, le dije, impactan el pequeño mundo y las olas que levanta el pequeño barco a su alrededor, influyen sobre el resto de los convivientes. Además, es más fácil que empieces por extirpar tu propia estupidez que la estupidez de los demás. Allá afuera hay una montaña de escombros inamovibles, pegados a la vida de seres sufridos; en ti, hay escombros, y son más fáciles de mover porque son voluntariamente tuyos.

- Me has jodido la vida Peter, porque ahora tengo que empezar a pensar y pensar es actuar, mejor dicho…

Lo dejé en la esquina con todos sus pares, muchachos normales, hechos del cristal de la vida, delicados, manos crispadas, pero enraizadas en la invisible torta del dolor de la patria. Ahí los abandoné mientras mi vida buscaba acomodarse otra vez entre los escombros de la alegría…