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ME LLAMO PEDRO CONRADO CUDRIZ y Mis complacencias por la gratuidad del gesto que te permite acceder a mi blog. Bienvenido a mi mundo espiritual y a esta suerte de salvamento existencial, que es una extensión de mi alma vertida en libros, Cd, y opiniones periodísticas semanales.

sábado, 24 de julio de 2010

EL MUERTO



Los pasajeros lo vieron e inmediatamente se levantaron de sus asientos, mientras el conductor del autobús disminuía la velocidad. Le observaron la cara al nuevo muerto, que yacía tendido a la orilla de la vía como si alguien lo hubiera hecho a propósito (“ayúdame, cojéelo por las piernas, mientras yo lo tomo por las manos”). Tenía el rostro de muerto reciente como si viniera de alguna fiesta. Los ojos y el rostro de los pasajeros, que a esa hora de la mañana viajaban conmigo, eran de estupor, algunos, otros, de angustia, otros de profunda tristezas y una minoría, de indiferencia (“al fin y al cabo casi todos los días, observamos varios cadáveres en la vía.”)

- “Un tiro en la nuca,” se escuchó la voz de alguien, que fue difícil de identificar.
- “De alguna vaina se tiene que morir uno,” se escuchó otra voz irónica.
- “Ay señor - la voz era de una mujer bien parecida y vestida de la más rancia normalidad del mundo – no diga eso, que no es así.”

El conductor aceleró la máquina de hierro que nos transportaba y en menos de unos minutos esta escena macabra de la existencia desapareció para ser reemplazada por otra imagen invisible para cada uno de nosotros. Seguro, pensé yo, que cada quien se esfuerza por desalojar este dolor cotidiano, que no logra atravesar la epidermis del mar endurecido de la insensibilidad personal.

La señora vestida de traje callejero, Rita, me dijo que se llamaba, aprovechó una estación del autobús para colocarse en el mismo asiento que ocupaba yo.

- “Señor, pobrecita la esposa cuando se entere de este in suceso. La muerte de un ser querido se parece mucho a la perdida de una pieza dental.”

No sé que quiso decir esta señora, pero resultó de un corte de humor especial que tuve que hacer un esfuerzo mayúsculo para no reírme de mi mismo. La señora siguió hablando:

- “Le vio la cara al muerto, no quería morirse, muy distinta al rostro de otros muertos que tienen una cara de felicidad porque les llegó la hora de la muerte. Este incluso después de muerto, se resistió a la muerte. Creo que lo asesinaron por equivocación. Pobrecito.”

Se presentó, de pronto, un silencio entre los dos, como de dos cuchillos peligrosos, que la soledad terminó invadiendo al resto del mundo. Yo estaba asombrado con la señora que seguía desde su cabeza con la conversación. Fueron ráfagas de segundos, menos de un minuto, lo suficiente para que la señora se recargará de energías y angustia:

- “Y los hijos, señor, y los hijos…”

Pero no hubo tiempo para más nada. Ya habíamos llegado a la ciudad y me bajé del autobús preocupado porque había perdido la dirección de mi destino.

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