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ME LLAMO PEDRO CONRADO CUDRIZ y Mis complacencias por la gratuidad del gesto que te permite acceder a mi blog. Bienvenido a mi mundo espiritual y a esta suerte de salvamento existencial, que es una extensión de mi alma vertida en libros, Cd, y opiniones periodísticas semanales.

martes, 8 de febrero de 2011

Relato




HISTORIA DE AMOR

Verlos entre la manía solar y ver como este ramito de locura les calcinaba los huesos, y luego verla especialmente a ella, mientras lo acariciaba, lo tocaba, lo besaba y lo apretujaba contra su cuerpo de fuego, le partía a uno el cuerpo. Y luego ver como el auto que transitaba a toda velocidad por la avenida de Las Camelias revolucionaba el alma de los vientos en calma que hacían que la falda de la joven enamorada amenazara con rebelarse de la piel que la sostenía y volara hasta la boca de asombro de los transeúntes, era otra experiencia menos fragmentaria. Inmediatamente pasó esta revolución del dios del viento, todo regresó al punto cero de la doméstica y juvenil existencia de los dos chavales enamorados; sin embargo, ella continuaba con el tierno disfrute del amor, y los cuerpos embelesados se desbocaban en ansias locas por el otro. El se observaba aparentemente indiferente, con las manos al costado de su cuerpo esquelético, esperando, adivinando que ella lo empujara, y ambos ambiciosamente corrían a guarecerse de los puñales solares en la primera sombra que encontraron. Y allí continuaron la fiebre de los cuerpos, y el alma de la bella mujer, con sus ojos color café, continúo buscándolo a tientas entre las caricias del instante; el joven dejaba que se desperezara su amor mamífero haciendo un movimiento para corresponderle, entonces levantaba los dos brazos que la cruzaban por su espalda, obligándola a mojar eróticamente sus labios en el mar de sus besos marinos. La atrae hacia su cuerpo virgen y ambos culminan pegando sus cuerpos entre sí al desamparo de una temperatura que cocina los senos y los genitales más inocentes. Ambos se sostienen en una posición levítica hasta que sus miradas, dilatadas por la pasión contenida, se derraman en sus labios y sus bellos rostros. El silencio, por varios segundos que parecen eternos, penetra la piel de los ojos juveniles que observan la escena de aquel milagro fortuito, porque el amor es eso, azar y frágil tiempo de espera.

El sujeto que viaja en el auto logró vislumbrar el instante del milagro, dejándolos atrás, y sintiendo que los abandonaba al malestar de la vía; poco a poco la silueta de los dos cuerpos se hacía indefinible en el infinito universo, mientras la realidad cruda y salvaje, regresaba otra vez a llenarle sus sentidos, o quizás a entorpecer la magia del milagro que dejó atrás, petrificado en la memoria salvadora de un mamífero imperfecto que también seguramente temblará del susto cuando el amor toque otra vez a la puerta de su corazón.

Son las doce del medio día y en la mitad de este universo de veinticuatro horas, un hombre y una mujer en cualquier parte del mundo cálido han decidido vaciar de líquidos sus cuerpos para que la rutina estalle otra vez. Y es aquí donde un hombre o una mujer deciden volver a empezar, a cocer la madeja que hará posible la resurrección y el conocimiento de la ruta de la locura, de la que se nutren los besos y los más caros sueños de los hombres.

Esta historia no es ambiciosa, el hombre que la dejó escrita, la garabateo para que otros hombres pudieran disfrutar los besos del mediodía, la respiración estrepitosa de la adolescencia, la locura de la represión sexual y la contingencia de los cuerpos en el peligro de morirse de amor ipso facto.

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