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ME LLAMO PEDRO CONRADO CUDRIZ y Mis complacencias por la gratuidad del gesto que te permite acceder a mi blog. Bienvenido a mi mundo espiritual y a esta suerte de salvamento existencial, que es una extensión de mi alma vertida en libros, Cd, y opiniones periodísticas semanales.

martes, 29 de marzo de 2011

DEL CINE AL SUPERMERCADO O LA TRAGEDIA DEL REEMPLAZO

Santo Tomás de Villanueva. Allí, en ese lugar del capital, ahora abarrotado de clientes y artículos de primera necesidad, funcionó el teatro, o la sala de cine de la localidad; allí hubo almas interesadas en el arte, gentes – niños, adolescentes y adultos – que lloraban o reían con las historias proyectadas bajo un cielo estrellado. En este hueco del comercio de la ciudad hoy funciona un supermercado, o una “tienda” gigante, asesina de sueños. Un hueco que no nos dice nada, que no nos enseña nada, apenas nos muestra el camino para ingresar y salir con las bolsas de compras y sin el calor de los besos del arte. En este espacio del comercio contemporáneo, la vieja tienda de Moisés García, es un bello y hermoso recuerdo de vecinos, un árbol del que se extraían frutos de solidaridad todos los días para todos. La única montaña que crece y se agiganta hoy, es la montaña del dinero, viejos y nuevos billetes de todas las nominaciones, montículo para asesinar la poesía y resucitar la bronca de la ambición y la podrida manzana del poder. En el esqueleto de las estructuras de metal del supermercado, se amontonan los quesos, el papel higiénico, el desodorante, o el listerine, como animales en celo y en espera de la presa. En este lugar aséptico, las gentes viven otra historia, no la del cine, sino su propia historia de miserias y escasez de recursos. Ni un solo libro para calmar el hambre del espíritu. El arte se ha ido del edificio, que refaccionado para lucir su prenda nueva, ahora sólo permite carricoches, moto-taxis y bicicletas. Algo va lánguida, tristemente de la sala de cine al supermercado; las conversaciones no llevan el sello de los sueños, la imaginación y el arte, sólo los valores del dinero, el carraspeo de los negocios y el eclipse de la noche y el día. El supermercado llegó con sus sueños de modernidad a reemplazar los sueños y la imaginación del cine; llegó con su rostro gordo a cortar el aire, a fracturarle la nariz al placer de percibir la realidad de otra manera. Ya no hay actores ni actrices que nos mientan como miente el cine, sólo esa pesada carga de realidades groseras, percibidas por el atrofiado aparato de los sentidos. Este hueco, con sus entrañas frígidas y asépticas, es la nueva iglesia de los ciudadanos de este mundo, el templo para saciar la artificialidad del ímpetu de compra del ser humano, no importa si alguien se siente perdido, confuso o ausente de sí mismo, porque lo importante es la adquisición de cosas útiles, de esas cosas inútiles que inspiran la sensación de llenura simulada del ser. Pero para nosotros, los amantes del cine, la sensación es otra, de orfandad, de olvido, de perdida. Algo ocurrió en esta ciudad, que sus gobernantes y gentes pudientes, cambiaron el arte por la religión de la compra y la venta de cosas; algo nos pasó que se permitió el crimen de la imaginación y el arte, y entonces, como no hay cadáveres que vuelen, los cerditos de los remordimientos y las culpas, tampoco aparecen. Claro, a nadie le importa el crimen, porque la ciudad es otra, con otros rostros y otros huecos, con las ganas de vivir y morir del animal del cemento, y en ese afán por no saber nada de nadie, ni de la ciudad ni de sí mismo el hombre se olvido de la vitalidad de su suerte…

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