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ME LLAMO PEDRO CONRADO CUDRIZ y Mis complacencias por la gratuidad del gesto que te permite acceder a mi blog. Bienvenido a mi mundo espiritual y a esta suerte de salvamento existencial, que es una extensión de mi alma vertida en libros, Cd, y opiniones periodísticas semanales.

martes, 19 de abril de 2011

La poesía flagelante






Cierto día me dijo que a él le hubiera gustado escribir sobre la belleza del flagelante, sobre su imagen milenaria y los tigres de bengala que lo perseguían, sobre los ángeles perdidos que lo abandonaron en los siglos de práctica, sobre el clamor de todas las tardes de verano de todos los viernes santos de todos los siglos en Santo Tomás. Pero es un flagelante en desuso que escucha la tierra, que escucha a los hombres y a Dios, su Dios todopoderoso, por eso tiene un nombre, Manuel, una familia y por eso mismo, forma parte del mundo.

Él sabe que el que escribe tiene algo que decir, por ejemplo “La flagelación no es tortura, es un viaje sagrado por la sangre de Cristo”; o “El flagelante es tozudo, pero tiene algo de nosotros: la religiosidad y la desmesura del ego”; o “Los tontos son otros, los que vienen a observar el movimiento epiléptico del ego flagelante; o “La flagelación es tan compleja, que lo que oculta el capirote, es ignorado”; o “El que rechaza la flagelación, simplemente no acepta este estado místico, otra manera de observar la realidad”; o “Flagelarse es una decisión tan suprema y sagrada como la consumación de la hostia”; o “Yo no me flagelo, pero al observar formo parte del rito”, igual el que sabe observar tiene algo que decir, porque sabe traducirle al sol su belleza, al mar su dolor o su risa, o a la brisa su tardía picardía. Para él la palabra es sagrada, es como la hostia, no como una hostia. Su comunión con Dios es sin intermediarios, como lo hacían los primeros hombres, sin iglesias y sin la bastedad de las piedras, en la soledad del cuarto, lejos del mundo de las religiones, y la palabra sigue siendo el verbo del amor.

Manuel cree en la belleza, antes y después de la flagelación, antes y después del sufrimiento, antes y después del amor, antes y después de una apuesta de sol, porque la belleza resucita en la piel del enemigo, en los ojos del tigre, o en la boca de la amada. La belleza, piensa, es la mano que armoniza la energía, aquella que al final moviliza la disciplina, los pies, el camino, la cruz, la piel herida por el instrumento de Dios, la poesía transpuesta por los siglos de belleza y olvido.

Para esta época la carne le tiembla y un deseo irremediable de regresar al campus de la calle de la Ciénaga le recorre el cuerpo, siente la embriaguez, la compulsión, la adicción. Todo se inicia otra vez en su mente, inexplicablemente, con la misma belleza del pasado, cuando se picaba, sin embargo el ya escribió el poema, libre, y consciente sabe que no puede reescribirlo porque corre el riesgo de destruir la original belleza. Ahora sólo escucha la tierra, y a su Dios, y observa el mundo, extrae la belleza y aprende. De ella vive.

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