BIENVENIDOS

ME LLAMO PEDRO CONRADO CUDRIZ y Mis complacencias por la gratuidad del gesto que te permite acceder a mi blog. Bienvenido a mi mundo espiritual y a esta suerte de salvamento existencial, que es una extensión de mi alma vertida en libros, Cd, y opiniones periodísticas semanales.

martes, 7 de diciembre de 2010

DICIEMBRE


La espesura de esta nadería, que es diciembre, con su aluvión de alegrías, fiestas y flojeras míticas, me abruma hasta colarse por los huesos y afectar con su sopor de fin de año mi ser. A nadie de cuatro dedos de frente y sin frenos para el trabajo, le gusta alquilar su tiempo para las horas de ocupación laboral en estos días. El trabajo es pues, un atentado contra la deliciosa nada. La flojera tritura toda intención de acción y el estado de ánimo que lo encarna toma cuerpo en el gracioso ejercicio de no hacer nada, que es en últimas, el espíritu de diciembre, mes para el turismo y para hacer viajes al fondo de la tierra y el ser.

Cuando llega el mes de diciembre, un cargamento de añoranzas alados y viejas nostalgias me mata. No sé qué hacer, qué tomar y a la larga, atontado por no saber qué tengo, me muero de la fiebre de la indefinición; es como un viaje al mítico planeta martes, o la recién reconocida tierra de la infancia, o al inconquistable mundo interior. Escribir no es inocuo entonces, si toma la ruta del experimento y la sensación de pérdida en un mar flácido y cómplice de la aventura existencial. Escribir en diciembre es robarle tiempo a la vaguedad y al insulso mundo de las cosas idas, perdidas, añoradas; en fin, es robarle el tiempo a la insufrible nada, perezosa y tierna.

En diciembre, las palabras que más se pronuncian (amor, alegría, felicidad, reunión, recocha, tristeza, nostalgia, añoranza, pérdida, flojera, despedida…) se amontonan en el corazón, que sólo selecciona las que más se encumbran en las horas de profunda alegría, o en el tiempo de la saudade arbitraria de los años jóvenes de uno. Cómo nos gustaría olvidar los recuerdos, o no sentir lo que sentimos para que el último mes del año sea la terca felicidad de toda la vida, felicidad que tocó seguramente con sus alas de mimbre y asombro efímero, algunos de los trescientos instantes pico del año.

La pluma también afecta a estas delicias del espíritu, afina la escritura para el toque milagroso de las horas, que no espera oportunidad para hacerse escuchar en la tonada musical de un Ricardo Rey y Boobie Cruz, o en esa melodía recargada de misteriosa nostalgia, Las cuatro fiestas, que entona Don Adolfo Echeverría y que al tocarla con su vena milagrosa, el día de las velitas, es un himno purificado para la celebrada añoranza.

Un pozo profundo se abre así a sus anchas en el alma y es entonces, cuando tenemos la certeza de nadar en las aguas furtivas de diciembre.

En esta época no nos gustaría hacer nada para que la pluma también se paralice del encanto de la navidad. Las manos y la boca, el cuerpo y la mente deberían estar al servicio de la inacción, de ese tiempo de flojera fina para que lo que somos no sea y para lo que sea, termine prefigurado en una nata indefinida de alegrías, nostalgias, añoranzas, tristezas, risa loca, flojera eterna… No ser es el vacío que llama, el abandono voluntario para exprimir el tiempo, el canal de agua del río que corre paralelo a la nada, a lo que somos, o a lo que no nos gustaría ser.

Diciembre se ha clavado en nosotros de tanto repetirse y, de esta repetición cultural, ha salido el brote nostálgico, la premura del tiempo inerte que paraliza el alma, el espíritu, el cuerpo, la mente, la mano, la pluma… Ese misterio ontológico, experimentado por todos y todas y por nadie, es el que le da a esta época la característica de cielo abierto y de abundancia sempiterna y de abandono total. Estoy, ahora mismo, refundido en este pozo infinito de nostalgias finas, en esta lucha por olvidar que soy tierra y sangre, sufrimiento y alegría, dolor y tristeza, historia y Colombia. Estoy preso de este combate eterno de olvido y recuerdos, de cuerpos descuartizados y almas escapadas del dolor de la muerte, de sierras y armas benditas, de víctimas y victimarios, de memoria y nada, de agua y anegaciones, desplazamiento por incumplirle a la naturaleza.

¿Cómo escapar de este sino abrumador sin mortificar la atmósfera de diciembre y los pelícanos de las madrugadas marinas del mes? Cada uno de nosotros desde el puntico de su vida colectiva y personal que represente, sabrá buscar los atajos que harán posible el milagro de diciembre: la deliciosa y delicada nadería de las horas finitas del mes más corto de la existencia. Si se logra tamaña hazaña, debemos darnos por bien servidos porque la vida y los dioses personales habrán sido condescendiente con nosotros y vosotras.

No hay comentarios:

Publicar un comentario