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ME LLAMO PEDRO CONRADO CUDRIZ y Mis complacencias por la gratuidad del gesto que te permite acceder a mi blog. Bienvenido a mi mundo espiritual y a esta suerte de salvamento existencial, que es una extensión de mi alma vertida en libros, Cd, y opiniones periodísticas semanales.

domingo, 7 de marzo de 2010

EL SEÑOR PRESIDENTE



Nadie puede dudar de la existencia del presidente ni mucho menos que este país no tiene presidente. Uno puede dudar de los ministros, de los soldados, menos del presidente de Colombia, que existe como una catedral absoluta. El decide todo, o intenta decidirlo todo, la lluvia, los barcos, los muertos, las derrotas de los demás y los triunfos del gobierno, los nacimientos, las encuestas, las dudas de los más pobres, el empleo, las compras y a quienes debemos de comprarles; el cautiverio de policías y los soldaditos de plomo de la patria, y hasta las ganancias de los más ricos. Los ministros y los altos empleados del gobierno se mueren de hastió y hasta han logrado desarrollar un instrumento para equilibrar el ocio en las oficinas gubernamentales. Uno por momentos duda de la existencia del gobierno, de las cortes, del congreso, de la justicia y hasta de los generales de la república. Este hombre lo puede todo, puede él solo con el gobierno y pudo con la campaña para su reelección. Los agentes del gobierno que uno logra captar esporádicamente en los noticieros de la televisión, no parecen funcionarios del gobierno, parecen vendedores de dulcen en las esquinas de las escuelas de la nación, a los que nadie les compra nada porque a nadie le importa lo que venden. “Le compramos al dueño de la fabrica,” escucha uno que dice la gente. El dueño de la fabrica está interesado en vender él solo los dulces, de tal manera que se ha vuelto mediático, omnipresente y papa Noel; mejor, un papá patriarcal de aquellos que uno creía no iban a resucitar jamás. Por eso sus ministros son invisibles, igual es invisible el resto de la manada, y nosotros. Solo existe él, nadie más. Le prevengo porque uno de estos días lo llamará a su casa para invitarlo y luego ordenarle votar por la patria; mejor dicho por él. Si está desprevenido no responda nada, respire profundo y luego deje pasar los segundos, déjelos que pasen a través del auricular del teléfono, hasta que se potencie su voz y le diga que no cree en su existencia, que él no existe en ese preciso instante. El silencio será enorme, pero no importa porque alguien se atrevió a desafiar su existencia absoluta, su dolor egolátrico y el desafío que representa su poder tártrico. No se preocupe, duerma como si nada hubiese pasado porque él seguirá derecho por donde vino: por la derecha.

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