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ME LLAMO PEDRO CONRADO CUDRIZ y Mis complacencias por la gratuidad del gesto que te permite acceder a mi blog. Bienvenido a mi mundo espiritual y a esta suerte de salvamento existencial, que es una extensión de mi alma vertida en libros, Cd, y opiniones periodísticas semanales.

sábado, 20 de marzo de 2010

MI ABUELO


Mi abuelo no cabía en su desgracia antigua. Me dijo, o creo que me quiso decir algo así como que para que me quejo si yo mismo me he labrado el presente. Le pregunté qué le pasaba que lo veía tan depresivamente mal y me contestó sin amargura: “Nada hijo, sólo que terminé votando por los mismos de siempre.” Bonita canción le dije. Y comenzó a reírse así como se ríe la tía Miriam, medio viva y medio muerta y con dos lágrimas en las mejillas arrugadas por el tiempo (No supe si las lágrimas eran por la risa o por su amargura). Cuando dejó de reír me atreví a preguntarle por su dolor. “De qué dolor me hablas hijo, yo no estoy arrepentido de nada. Sólo que en algunas ocasiones la mente también se cansa y lanza ciertos ladridos.”

Había culminado otro proceso electoral más y el abuelo siempre se comportaba así, perdiera o ganará su glorioso partido liberal. “Siempre hemos perdido,” concluyó esa tarde, y luego como quien habla desde hace siglos consigo mismo: “Nunca seremos ganadores de nada, te lo digo yo que he vivido toda la vida.”

Eso que le pasaba al abuelo después de cada proceso electoral, nos ha pasado a muchos de otras formas. A mí por ejemplo, para estas épocas se me revuelven las tripas y entro en una crisis de odios y furias siniestras e imparables, que desaparecen una vez ocurren las elecciones; hoy, por ejemplo, la indignación se apoderó de mí como si alguien de mis entrañas se hubiera muerto.

El mal humor del abuelo en el resto del año, creo yo, se debía a la conciencia de perdedor de la que es difícil deshacerse; en muchas ocasiones lo vi hablando solo, peleando y luchando con su propia sombra, reclamándole a su destino de derrotado maldito. En esos instantes, le decía: deje de votar. “Imposible,” me repetía. “Una fuerza superior me arrastra al abismo. Soy consciente de que no obtengo nada y sin embargo, termino votando por los que nos hacen los goles.” Si había algo que me fascinaba del abuelo era su derrota sin excusas, sin argumentos. Todavía lo veo en el espejo de la vida, reflejando su figura de derrotado inclemente y todavía lo recuerdo cuando observo hoy a miles como él, vistiendo frac nuevo mientras se dirigen al matadero de los colombianos: las urnas.

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