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ME LLAMO PEDRO CONRADO CUDRIZ y Mis complacencias por la gratuidad del gesto que te permite acceder a mi blog. Bienvenido a mi mundo espiritual y a esta suerte de salvamento existencial, que es una extensión de mi alma vertida en libros, Cd, y opiniones periodísticas semanales.

lunes, 28 de junio de 2010

Atención, soy mitomano


Atención: soy un mitómano, casi un violador de amaneceres, a veces visito el centro para observar los que se atreven a robar estrellas, mientras los carceleros de la ciudad, se comportan como asesinos de para-estado; los viernes mientras la madrugada le recita al sábado su verso de amor, llego al bar de la 75, donde están los eufemismos puteando como siempre (“las mujeres de la vida”), me quedó embelesado mirando una trigueña que no tiene porque envidiarle físicamente nada a una de mis estudiante de 7 semestre; la invito a unas copas, sonríe y se va, regreso a buscar aire descontaminado y un loco de la ciudad me observa con detención, se acerca peligrosamente con un trozo de vidrio que hace las veces de lente de aumento, lo coloca en uno de mis ojos y se ríe sin compasión; luego se aleja y sus ojos se detienen en mi cuerpo y se marcha a toda prisa como si nada. Me acuerdo de mi perro, Tibio, cómo me verá y qué pensará de mí, quizá creerá que soy un ángel perdido o una cosa que habla y lo acaricia. La ciudad no está hoy para reflexiones, está para describirla, o para cortarle la garganta; atrás dejé dos niñas solas jugando a ser mujeres adultas, como si la adultez fuera un premio en el país; no voy a preguntar por papá o mamá, ni siquiera por el estado, ausente o invisible, porque esas figuras se han desprestigiado como se ha desprestigiado dios, quien en últimas también ha dejado de creer en el hombre. El escéptico no es el hombre, es dios. A propósito, esta hermosa catedral que ahora piso ¿para qué sirve, si el escepticismo es una peste que invadió el universo y el mismo cosmos? Sin respuesta. Las preguntas son más fascinantes que las respuestas, en una ciudad que cree en la alucación de sus líderes más que en la sabiduría de la misma ciudad. Porque las ciudades tienen historia y todos los días cuentan para quienes quieran oírlas o para quienes quieren leer en sus páginas lo que no se atreven ver con sus cuerpos y ojos. Me tomo mi tiempo y me siento en el parque, frente la otra catedral, la comercial, en reposo, esperando que las horas atraviesen el amanecer para tolerar el afán desmedido de compras de la oferta. La tranquilidad que se respira en el medio, tal vez ocurre porque la bestia duerme con cierta placidez, me refiero a los cien pies del mundo. No sé si el silencio que nos invade la piel sea la tregua que la naturaleza necesita para pensar algo sobre nosotros. Ella también necesita de la pausa para sentir el mundo. Recuerdo ahora las dos niñas que dejé pudriéndose en algún punto de la ciudad y me pregunto por los hombres de esta nación, por sus gobernantes. Hombres. Seres humanos. Todavía no hemos trascendido estos viejos estados de lo humano. La cosa, el poder, el dinero, han sido más importantes que lo humano, quizá porque no hemos comprendido la realidad humana, la ciudad, el hombre. Son casi las seis de la mañana, la ciudad despertó del letargo, entró en trance de vigilia, y los seres con los que tropiezo en el camino a casa, no me observan, les soy indiferente, porque van absortos en realidades más cercanas a la primera dimensión de su mundo: la vida interior. El otro ahí no existe, el otro apenas otro, un número, la oferta…

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