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ME LLAMO PEDRO CONRADO CUDRIZ y Mis complacencias por la gratuidad del gesto que te permite acceder a mi blog. Bienvenido a mi mundo espiritual y a esta suerte de salvamento existencial, que es una extensión de mi alma vertida en libros, Cd, y opiniones periodísticas semanales.

lunes, 5 de abril de 2010

LA BROMA DE DIOS


Y el evento ocurrió en Santo Tomás, el día 4 de abril, del 2010, entre las 5 y media y seis de la mañana. Calle de La Independencia, muy cerca de la Casa de la Cultura. De un árbol de mango florido y en plena cosecha, cayeron centenares de pececitos muertos. Según la metafísica religiosa del lugar, ocurrió un milagro. La calle se emplumó de gentes a traídos por el fenómeno. Antes del evento físico, había pasado por el lugar, El encuentro, un festejo religioso madrugador que cerraba la celebración de la Semana Santa.

La señora Nancy Fontalvo, vecina del lugar, relata que ella vio cuando el alma del árbol se estremeció e inmediatamente cayeron los pececitos a la superficie terrestre. ¿Qué razones tenía Dios para extraer de su ambiente natural a tan delicadas criaturas? ¿Y por qué muertas? ¿Puede un árbol de mango, parir peces? ¿Se estaba burlando Dios de los creyentes? ¿Estaba poniendo a prueba su fe, su lógica humana, sus tonterías primitivas? Nadie lo sabe, porque según los católicos del lugar, Dios es así y lo ocurrido forma parte de su misterio. Lo que ignoran los lugareños, es que Dios también es un bromista consumado, alguien que le gusta reírse de los hombres. Haití, o Chile, pueden ser ejemplos de su vocación bromista, asunto que traté en otra columna, la de “Haití.”

Cuando empecé a dudar del milagro, casi me “agreden” algunos vecinos, quienes con la mayor dosis de credulidad me decían eufóricos que cómo era posible que no creyera en un milagro avalado por las pruebas de los peces muertos. Asumí como respuesta el silencio, porque estaba en el terreno de la metafísica simplista de los tomasinos, en la corporalidad de sus mapas mentales, aquellos que han sido construidos con la paciencia de las creencias religiosas y en los momentos infantiles en los cuales la práctica de la razón y la lógica estaba subordinada a la irracionalidad de las emociones de la fe. Todo esto para culminar viendo lo que uno quiere ver, porque si usted quiere ver una virgen en el residuo del café de tinto, por supuesto, que aquella figura es una virgen, o un milagro. Un sujeto que no haya visto nunca la imagen de una virgen, no la verá nunca, observará otra cosa, porque la formación de su estructura mental, no estuvo nunca alimentada por la fantasmagoría religiosa.

La fe religiosa puede ser la fuerza que sustenta una mentira o un fraude religioso, o la renuncia al conocimiento. Por esta razón es importante cuestionar estos eventos de la religiosidad popular, para sacarlos del misterio y volverlos objetos de comprensión y explicación no santa. Por ejemplo, por qué alguien cometió el crimen de sacar los críos de peces del río y lanzarlos en el árbol de “Yoya.” Pudo ser en otro árbol o en otro lugar; simple coincidencia. O por qué alguien interesado en bendecir el negocio de comida de “Yoya,” terminó haciéndole un milagro comercial a esta mujer bondadosa del vecindario de la calle 7.
Uno esperaría, que de ahora en adelante ocurran otras cosas bienhechoras en el vecindario, para que el milagro no se aísle de la cotidianidad de las familias que viven alrededor; esperaría que las gentes dejen de odiarse, se vuelvan más solidarias y cooperantes, respeten la intimidad de los demás y no nos invadan nuestros silencios con el sonido estrafalario del picó; o los salarios se incrementen por la bondad de los empresarios, que las tarifas de los servicios públicos se reduzcan sustancialmente para que la justicia salarial alcance para pagar además de la comida, los libros de los estudiantes y los viajes a Santa Marta o Cartagena, o al Parque Cultural del Caribe. En fin, ojalá este milagro nos salve de seguir pudriéndonos de indiferencia humana…

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