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ME LLAMO PEDRO CONRADO CUDRIZ y Mis complacencias por la gratuidad del gesto que te permite acceder a mi blog. Bienvenido a mi mundo espiritual y a esta suerte de salvamento existencial, que es una extensión de mi alma vertida en libros, Cd, y opiniones periodísticas semanales.

viernes, 9 de abril de 2010

Perdido en la vaguedad de las horas


En estos días soleados, pos-santos y bajo la sombrilla del asombro por la lluvia de peces en suelo tomasino, me he sentido perdido y cuando digo perdido, no estoy aludiendo al mundo físico, sino al mundo interior, acuoso, rojo, o quizás incoloro. Sí, perdido, sin metas y sin objetivos, como Tibio, el perro de la casa. Ahora un libro, luego una película, al rato con la mirada perdida en el horizonte, después en los brazos de Morfeo… Perdido. Luego en la biblioteca o en internet leyendo la prensa, o escribiendo.

- De qué te quejas, me recrimina Frensis Salcedo, mi pana. Duerme, simplemente duerme. No hagas más nada y no busques nada, solo duerme.

Y me quedó pensando en las realidades o en los vocablos hacer, nada. Hacer para ser. ¿Y la nada? Estoy metido en un berenjenal como decían los abuelos. La nada es una realidad humana, que nos impulsa a salir de ella. Expulsión. ¿Es esto de lo que quiero escribir o hablar? Quizá, de cualquier manera ahora mismo estoy con la lámpara de Diógenes y luchando contra la nada y esta vaguedad, que contamina mi ser.

- Todos nos hemos perdido alguna vez. Es la voz de Víctor Aguilera, desde el fondo de la biblioteca.
- ¿Y cómo ha sido esa experiencia para ti?
- No hablo de ella, se escuchó otra vez la voz de Víctor.

Y lo comprendí perfectamente, porque es una experiencia terrible, parecida a aquella otra física de los extravíos en la ciudad, sobre todo, si te pierdes en Bogotá. Te invade el pánico y te sientes un puntico inocuo del mundo, o quizá un insecto al que es posible aplastar de un zapatazo. Nadie puede salvarte, solo tu instinto de astronauta invencible. Abres la mochila, extraes el mapa de la ciudad y la brújula para poder orientarte, señalas un sitio y luego te diriges a él convencido de haber encontrado tu ruta salvadora. No es nada fácil, pero tampoco es imposible. No es una fórmula, es simplemente otra ruta para el auto-encuentro.

Frensis observa mi rostro de extraviado irredento y luego confirma con su gesto lo que a cabo de plantearle. Sí, me dice, esa es una ruta posible entre otras rutas. Bacano que la hayas descubierto.

Perdido. Creo que a veces es importante que nos ocurran estas cosas para saber que somos humanos, que estamos hechos de un material maleable, que se puede fundir o que se puede modelar para el bienestar de todos; que el mito del alma, más no el espiritual, puede diluirse o conservarse en el misterio, pero “el material” espiritual es otro cosa, porque se puede alimentar y al final contribuye a la iluminación, o la sabiduría, o al saber, o al entendimiento. Saber estas cosas nos reconforta y desde luego, nos salva. Porque no somos materia congelada, sino materia maleable, espiritual.

Tibio, nuestro perro, nunca está perdido, está ahí sin la “conciencia” del universo y quizá sin la conciencia de los aprendizajes humanos, o sin la conciencia del mundo interior. Ser o la nada, no es su conflicto, tal vez su libertad, como en la metáfora del “Callejero” de Alberto Cortez.

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